un
cuentito viejo que me puse a corregir. la víbora se muerde la cola. capaz ahora
está peor.
Veinticuatro y media
1
El acuerdo de
convivencia de la escuela Jauretche establece que el rector o la rectora
puede convocar cuando lo estime necesario a una suerte de cónclave de asesoramiento,
llamado Consejo Consultivo. El consejo debe constituirse con un número no especificado
de padres, alumnos y personal de la escuela. Su función es manifestarse sobre
los hechos puestos a consideración, brindar elementos que contribuyan a una
resolución satisfactoria y llegado el caso votar, por una o más iniciativas
propuestas.
La mañana de un jueves de abril se arma uno de apuro.
Lo integran la rectora, dos preceptoras, dos profesoras, la psicopedagoga, un
padre y dos alumnos (el abanderado y el escolta izquierdo).
La rectora, una mujer obesa, de tono fatigado y
jubilación inminente, invita a reunirse en su despacho.
2
Tres amigas cursan el octavo B de la Jauretche.
Deberían estar en noveno pero repitieron octavo.
Alguna afinidad las hace decirse amigas. Muestran
cierta cohesión hacia el exterior, pero las raíces de la amistad no son profundas
ni antiguas. Comparten recreos fumados en el baño, mañanas de nada o cibernada,
y una cierta aversión adolescente por la autoridad.
El triángulo se resquebraja con la aparición de
Bruno, mechas teñidas estilo carancho, piercings en la punta de la lengua y en la
aleta izquierda de la nariz.
Bruno tiene diecisiete años, está en primero del polimodal
y liga con Betiana, bucles rubios naturales, generosas tetas naturales.
Dalila y Débora, los vértices restantes, intentan
cerrar filas frente al nuevo escenario. Es que Betiana no hace otra cosa que hablar
de los atributos de Bruno —interprétese moto yamaha, galáctico celular, etc.— y
ellas piensan que lo hace para provocarles envidia.
El amor permanece en estado de latencia, como una
semilla enterrada en otoño.
3
Pronto es evidente que el espacio para nueve
personas y nueve sillas. La rectora manda a una de las preceptoras a buscar un
aula vacía. En diez minutos vuelve sin resultados. Alguien sugiere la
biblioteca. Alguien dice que la bibliotecaria tiene las llaves y está con
licencia. Uno de los chicos baja dos pisos hasta el cuarto de maestranza y
vuelve con un juego de llaves. Todos bajan un piso hasta la biblioteca. Prueban
llaves hasta dar con la correcta.
Un vaho de humedad los recibe al entrar. Se sientan
en sillas plásticas alrededor de una mesa larga. La otra preceptora lucha con
la traba de una ventana hasta que consigue abrirla. Otro vaho, refrito de
cebollas, viene a invadir el recinto desde una rotisería vecina.
La rectora abre un cuaderno de tapas rojas. Procede
a informar a los presentes el objeto de la reunión.
4
El amor, se sabe, tiene la capacidad de florecer en
cualquier época del año. Por ejemplo la noche de un sábado de abril, en el
ambiente caldoso de un boliche de la costanera.
Ambos han ido a bailar y ver el show de un músico de
reggaetón llamado El Original. Bruno
está con un amigo y la novia del amigo. Débora con la hermana y el novio de la
hermana.
Los impetuosos besos y el frenético devenir de manos
reclaman al día siguiente una estructura afectiva que los contenga. La tarde
lluviosa del domingo se escurre entre copiosos mensajes de texto. Para no quedarse
sin crédito deciden llamarse por teléfono fijo. Hablan horas. En el vaivén de
la conversación los dos usan la misma palabra para definir lo que les pasa.
Al día siguiente el amor carga los átomos del aire
enclaustrado del aula.
Llega el recreo de las explicaciones. Betiana no las
quiere oír.
El triángulo termina de fragmentarse esa misma
mañana dando lugar a dos frentes contrapuestos. Dalila y Betiana el bando
hostil, decepcionado. Débora y Bruno el bando enamorado.
El martes la furia estalla propagando esquirlas
afiladas, que Débora recibe desconcertada por la virulencia del rencor. Betiana
le advierte que se cuide en un sentido general, y a la vez especifica:
—Cuidate hoy en el Berduc porque me vas a conocer.
5
La rectora procede a leer tres actas labradas el día
anterior en el cuaderno de tapas rojas.
La primera registra la comparecencia en la escuela,
a la hora siete treinta, de la señora Estela Crápiz de Montenegro, madre de la
alumna Débora Montenegro de octavo año B, para exponer los hechos acontecidos
en el baño de mujeres del Parque Berduc durante la clase de educación física
del martes tanto de abril. Consta en ella, además, un reconocimiento a la
celeridad con que actuó la profesora trasladando a la alumna hasta la casa en
su vehículo particular, y la ejecución de una denuncia policial que involucra a
Betiana Gómez y Dalila Squilacce.
En la segunda la señora Zulema Jatib, madre de la
alumna Betiana Gómez, citada en forma urgente por la rectoría, refiere no tener
conocimiento alguno del episodio; y supone que en el caso de ser veraz la
acusación de la alumna Montenegro, su hija bien pudo haber reaccionado después
de una agresión previa. Declara que poco le importa una posible denuncia
policial porque su actual pareja es agente de policía. Se compromete a
conversar con su hija acerca de lo sucedido.
La tercer acta, explica la rectora antes de
continuar leyendo, es la notoria confesión de la alumna Dalila Squilacce.
Consta en ella el origen del incidente, la gestación de la venganza, los hechos
con cierto detalle. La joven no se manifiesta arrepentida de sus actos, y dice
que ante unas supuestas circunstancias similares procedería de igual modo.
6
Antes que la calle Salta se convierta en Güemes al
cruzar Moreno y bajar hacia el río, sobre un terreno de siete hectáreas donadas
a la provincia en los años veinte del siglo pasado, está emplazado un parque
deportivo que lleva el nombre del donante: Enrique Berduc.
Recién por los setenta se terminaron las
instalaciones que concentrarían la actividad físico-deportiva de las escuelas
secundarias carentes de espacio. Desde entonces, a seis cuadras del centro, hay
una pista de atletismo de medidas reglamentarias, un campo de rugby o fútbol, canchas
de básquet, tenis, vóley, handball, y un gimnasio cerrado con vestuarios. Miles
de adolescentes lo visitan cada día hábil para dar su hora de educación física.
La espléndida siesta de un martes de abril las
mujeres de octavo B de la Jauretche tienen física. La profesora las espera en
la puerta, toma asistencia, las lleva hasta la pista de atletismo y manda
trotar cuatro vueltas alrededor. Una alumna muy gorda la ayuda a inflar tres
pelotas de vóley.
7
Aunque todos los presentes tienen algún conocimiento
de lo ocurrido, al escuchar la lectura de las actas se muestran consternados.
La rectora revela que en los cinco años que lleva al
frente del colegio nunca le tocó arbitrar un hecho tan violento que involucrase
a mujeres en horario de clases, e invita a opinar a los alumnos. Los dos consideran
que a las agresoras hay que echarlas sin contemplaciones, y respaldan su convicción
con detalles que saben sobre la conducta de las chicas. La psicopedagoga interrumpe
para recordarles que ellos —en tanto alumnos, en tanto adolescentes— viven
quejándose del autoritarismo de los adultos, pero está visto que puestos a
juzgar son tanto más autoritarios e intolerantes.
La profesora de Lengua levanta un poco su diminuta voz
para decir que las conoce bien porque las tuvo en octavo todo el año pasado y
lo que va de éste, y que si bien Gómez, por ejemplo, suele causar problemas, la
situación merece y debe contemplarse de un modo más abarcativo, teniendo en
cuenta las circunstancias socio-familiares, la edad de las protagonistas, y siempre
desde la posición de personas que han cometido, cometen y cometerán errores.
La profesora de Geografía, voz de fumar viruta, recuerda
exasperada que ni la señora de Gómez ni la alumna Squilacce mostraron signos de
arrepentimiento ni parecen comprender la gravedad de la situación.
Las voces se superponen argumentando a favor y en
contra de las dos posiciones instaladas: echarlas sin más, o no echarlas y decidir
una sanción.
8
Media hora después del comienzo de la clase Débora
pide y obtiene permiso para ir al baño. Un vaho rancio de orina la recibe al
entrar. Descarta tres inodoros por mugrientos. Encuentra uno en condiciones
aceptables y descarga la vejiga repleta. Cuando sale del cubículo, Betiana y
Dalila están ahí.
—Puta de mierda y la concha de tu madre —dice Betiana,
y le estampa una cachetada que reverbera en el recinto vacío. Dalila se
abalanza, la tumba y se tira encima. Débora se contorsiona intentando zafar.
Betiana revienta una y otra vez la punta de sus reebok en huesos, músculos y
cavidades hasta que no ofrece resistencia y el cuerpo parece una bolsa desparramada
en el piso lleno de barro y aguas sospechosas.
Dolida y dolorida, Débora supone que la tunda ha
terminado y se levanta. Llorando, pregunta por qué.
—Por puta —dice Betiana y descarga el puño cerrado
sobre la oreja derecha.
—Por puta —repite Dalila y la empuja hacia atrás con
las dos manos.
Débora cae. La cabeza pega contra el canto de uno de
los muros que separan los cubículos.
Betiana y Dalila ven las baldosas mancharse de rojo.
Vuelven corriendo a la cancha de vóley. Avisan que Débora se cayó. Aprovechan
la confusión para irse de la clase.
9
La discusión recrudece. La rectora explica que con
las nuevas disposiciones provinciales es muy difícil para las escuelas expulsar
alumnos, que se necesita un aval superior que tiende a no avalar; y que en caso
de prosperar la expulsión se extendería a todo el sistema educativo, no sólo a esa
escuela en particular. Algunos piensan que es un castigo demasiado severo, otros
que la conducta lo amerita, y otra vez parece que nunca va a salir algo
concreto de esa reunión.
Media hora más tarde florece un principio de
acuerdo, inesperado como el amor.
Se resuelve citar a los padres de las alumnas Gómez
y Squilacce para prevenirlos sobre los alcances de la expulsión, invitarlos a
reflexionar con sus hijas acerca de lo sucedido, y notificarlos de la
aplicación de un número ejemplificador de amonestaciones.
Sobre veinticinco posibles, veinticuatro y media.
y este muchacho rjd2, que va y viene del futuro.
2 comentarios:
Es lamentable, pero todo esto es de larga data para mí.
¿Es aversión eso de las profesoras de Lengua de voces diminutas?
Me viene el eco de aquello que fue el cuento y no, no está peor.
Publicar un comentario