viernes, 9 de agosto de 2013

Cafiaplus







Gado nació en Wanda, una pequeña ciudad de Misiones, hace unos cuarenta años. Ahora Wanda tiene unos veinte mil habitantes, entonces no habrá tenido más de diez mil. Ahora Wanda (está a 30 km de las cataratas y a 70 de la frontera con Brasil) es una ciudad dizque turística, con una industria artesanal de piedras semipreciosas, lodges de pesca sobre el Paraná, prostitución de niñ@s, oferta de drogas y demás servicios. Pero entonces la industria de las piedritas recién despuntaba, el turismo en general no era tan masivo, y el pueblo vivía de la deforestación de algunas especies, la forestación de otras, y de las plantaciones de yerba mate.
A la vuelta de la casa de Gado estaba la selva. Era como un patio donde los chicos cazaban bichos y a veces los bichos cazaban chicos. Un hermano de Gado, sin ir más lejos, murió picado por una víbora que llaman queimadora. A nadie le importó mucho. Aunque el padre no estaba casi nunca, igual la madre paría todo el tiempo.
Con los años empezaron a llegar turistas que hablaban otros idiomas. Gado aprendió palabras sueltas en varios, pero a esa altura ya hablaba bien dos lenguas: la materna (español) y otra digamos televisiva (portugués). Veían cuatro canales, el 12 de Posadas y tres brasileros.
Gado tuvo que aprender a defenderse. Era el menor de la banda y además era pequeño para su edad. Durante mucho tiempo defenderse significó aguantar. Hasta que un día apareció Dudú, un negro viejo y grandote que se ofreció a enseñarle otras formas.
Eran las formas del jiu jitsu brasileño, una derivación del arte marcial japonés que incorpora elementos del kendo y el kick boxing, y que consiste básicamente en llevar la lucha cuerpo a cuerpo al suelo, anulando las ventajas de contextura física entre oponentes. El maestro Dudú había alcanzado el cinturón rojo y negro (faixa coral) y como docente aplicaba un método que podía resumirse así: a más dolor mejor aprendizaje. Nadie sabía nada de su pasado. Obviamente se comentaban muchas cosas.
Gado entregó su alma y su cuerpo esmirriado al jiu jitsu. De esa época le viene el sobrenombre, de cuando lo tiraban feo y quedaba luxado en el piso (de hecho hay llaves de luxación) y el maestro detenía el lance al grito de ssssstragado, ssssstragado.
Pero Gado fue creciendo y haciendo fierros y cada vez lo estragaban menos. Empezó a competir en el circuito provincial de vale todo, una disciplina que consiste en enfrentar dos oponentes dentro de una jaula, y que cada cual use las técnicas que le parezcan más eficientes para noquear al adversario o hacerlo golpear tres veces la lona con sus palmas, indicando abandono. A los dieciocho le tocó la colimba y se quedó en el ejército. Vivió en Tandil, Comodoro, Mendoza, Río Gallegos y otras ciudades. Petiso, morrudo, morocho de ojos achinados, Gado se convirtió en una leyenda del vale todo argentino. Lideró los ránkings durante años, paseó su apodo looser por jaulas de toda latinoamérica. Económicamente no hizo diferencia. Las bolsas en esta parte del mundo son insignificantes al lado de por ejemplo las yanquees.
Cuando se instaló en Paraná conoció a una mujer que lo hizo padre y decidió largar el ejército, porque le “pagaban una mierda por no tener secundario”. Ahora tiene a esa mujer, una hija de cinco años y una mastín napolitana más buena que un hámster.
Hasta donde sé, con Gado tenemos una sola cosa en común: los dos fuimos adictos a la cafiaspirina plus, la versión recargada de la vieja y querida pepa de bayer. Él la tomaba con red bull antes de ir a entrenar, yo con whisky para prevenir la resaca. La dejé porque estoy en un programa de reducción alcohólica y ya no la necesito. Él la dejó porque le “estaba haciendo un cráter en el estómago”. Ahora para entrenar toma dos latas de sobe rush, un energizante según dice superior porque tiene guaraná. Antes de las peleas sigue tomando efedrina, la consigue por izquierda en una casa de deportes que omito nombrar porque conozco a los dueños.
Por lo demás cada vez que nos encontramos estamos en bandos opuestos. Él detrás del mostrador de balanzas de la verdulería del coto, yo del otro lado pasándole mis bolsas con naranjas, manzanas, mandarinas. Mientras pesa y pega tickets me cuenta que ganó un torneo en Rosario, que el fin de semana tiene otro en Florencio Varela, que su hija le pidió que deje de pelear y que lo está pensando, porque con los años cada vez le cuesta más recuperarse del dolor.







eugenia brusa y los bombones de murano hacen un clásico del acuífero guaraní. se escucha para el orto pero la versión compensa.



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