lunes, 15 de abril de 2013


un cuentito viejo que me puse a corregir. la víbora se muerde la cola. capaz ahora está peor.





Veinticuatro y media



1
El acuerdo de convivencia de la escuela Jauretche establece que el rector o la rectora puede convocar cuando lo estime necesario a una suerte de cónclave de asesoramiento, llamado Consejo Consultivo. El consejo debe constituirse con un número no especificado de padres, alumnos y personal de la escuela. Su función es manifestarse sobre los hechos puestos a consideración, brindar elementos que contribuyan a una resolución satisfactoria y llegado el caso votar, por una o más iniciativas propuestas.
La mañana de un jueves de abril se arma uno de apuro. Lo integran la rectora, dos preceptoras, dos profesoras, la psicopedagoga, un padre y dos alumnos (el abanderado y el escolta izquierdo).
La rectora, una mujer obesa, de tono fatigado y jubilación inminente, invita a reunirse en su despacho.

                                                            
2
Tres amigas cursan el octavo B de la Jauretche. Deberían estar en noveno pero repitieron octavo.
Alguna afinidad las hace decirse amigas. Muestran cierta cohesión hacia el exterior, pero las raíces de la amistad no son profundas ni antiguas. Comparten recreos fumados en el baño, mañanas de nada o cibernada, y una cierta aversión adolescente por la autoridad.
El triángulo se resquebraja con la aparición de Bruno, mechas teñidas estilo carancho, piercings en la punta de la lengua y en la aleta izquierda de la nariz.
Bruno tiene diecisiete años, está en primero del polimodal y liga con Betiana, bucles rubios naturales, generosas tetas naturales.
Dalila y Débora, los vértices restantes, intentan cerrar filas frente al nuevo escenario. Es que Betiana no hace otra cosa que hablar de los atributos de Bruno —interprétese moto yamaha, galáctico celular, etc.— y ellas piensan que lo hace para provocarles envidia.
El amor permanece en estado de latencia, como una semilla enterrada en otoño.

                                                          
3
Pronto es evidente que el espacio para nueve personas y nueve sillas. La rectora manda a una de las preceptoras a buscar un aula vacía. En diez minutos vuelve sin resultados. Alguien sugiere la biblioteca. Alguien dice que la bibliotecaria tiene las llaves y está con licencia. Uno de los chicos baja dos pisos hasta el cuarto de maestranza y vuelve con un juego de llaves. Todos bajan un piso hasta la biblioteca. Prueban llaves hasta dar con la correcta.
Un vaho de humedad los recibe al entrar. Se sientan en sillas plásticas alrededor de una mesa larga. La otra preceptora lucha con la traba de una ventana hasta que consigue abrirla. Otro vaho, refrito de cebollas, viene a invadir el recinto desde una rotisería vecina.
La rectora abre un cuaderno de tapas rojas. Procede a informar a los presentes el objeto de la reunión.

                                                           
4
El amor, se sabe, tiene la capacidad de florecer en cualquier época del año. Por ejemplo la noche de un sábado de abril, en el ambiente caldoso de un boliche de la costanera.
Ambos han ido a bailar y ver el show de un músico de reggaetón llamado El Original. Bruno está con un amigo y la novia del amigo. Débora con la hermana y el novio de la hermana.
Los impetuosos besos y el frenético devenir de manos reclaman al día siguiente una estructura afectiva que los contenga. La tarde lluviosa del domingo se escurre entre copiosos mensajes de texto. Para no quedarse sin crédito deciden llamarse por teléfono fijo. Hablan horas. En el vaivén de la conversación los dos usan la misma palabra para definir lo que les pasa.
Al día siguiente el amor carga los átomos del aire enclaustrado del aula.
Llega el recreo de las explicaciones. Betiana no las quiere oír.
El triángulo termina de fragmentarse esa misma mañana dando lugar a dos frentes contrapuestos. Dalila y Betiana el bando hostil, decepcionado. Débora y Bruno el bando enamorado.
El martes la furia estalla propagando esquirlas afiladas, que Débora recibe desconcertada por la virulencia del rencor. Betiana le advierte que se cuide en un sentido general, y a la vez especifica:
—Cuidate hoy en el Berduc porque me vas a conocer.

                                                            
5
La rectora procede a leer tres actas labradas el día anterior en el cuaderno de tapas rojas.
La primera registra la comparecencia en la escuela, a la hora siete treinta, de la señora Estela Crápiz de Montenegro, madre de la alumna Débora Montenegro de octavo año B, para exponer los hechos acontecidos en el baño de mujeres del Parque Berduc durante la clase de educación física del martes tanto de abril. Consta en ella, además, un reconocimiento a la celeridad con que actuó la profesora trasladando a la alumna hasta la casa en su vehículo particular, y la ejecución de una denuncia policial que involucra a Betiana Gómez y Dalila Squilacce.
En la segunda la señora Zulema Jatib, madre de la alumna Betiana Gómez, citada en forma urgente por la rectoría, refiere no tener conocimiento alguno del episodio; y supone que en el caso de ser veraz la acusación de la alumna Montenegro, su hija bien pudo haber reaccionado después de una agresión previa. Declara que poco le importa una posible denuncia policial porque su actual pareja es agente de policía. Se compromete a conversar con su hija acerca de lo sucedido.
La tercer acta, explica la rectora antes de continuar leyendo, es la notoria confesión de la alumna Dalila Squilacce. Consta en ella el origen del incidente, la gestación de la venganza, los hechos con cierto detalle. La joven no se manifiesta arrepentida de sus actos, y dice que ante unas supuestas circunstancias similares procedería de igual modo.

                                                            
6
Antes que la calle Salta se convierta en Güemes al cruzar Moreno y bajar hacia el río, sobre un terreno de siete hectáreas donadas a la provincia en los años veinte del siglo pasado, está emplazado un parque deportivo que lleva el nombre del donante: Enrique Berduc.
Recién por los setenta se terminaron las instalaciones que concentrarían la actividad físico-deportiva de las escuelas secundarias carentes de espacio. Desde entonces, a seis cuadras del centro, hay una pista de atletismo de medidas reglamentarias, un campo de rugby o fútbol, canchas de básquet, tenis, vóley, handball, y un gimnasio cerrado con vestuarios. Miles de adolescentes lo visitan cada día hábil para dar su hora de educación física.
La espléndida siesta de un martes de abril las mujeres de octavo B de la Jauretche tienen física. La profesora las espera en la puerta, toma asistencia, las lleva hasta la pista de atletismo y manda trotar cuatro vueltas alrededor. Una alumna muy gorda la ayuda a inflar tres pelotas de vóley.

                                                           
7
Aunque todos los presentes tienen algún conocimiento de lo ocurrido, al escuchar la lectura de las actas se muestran consternados.
La rectora revela que en los cinco años que lleva al frente del colegio nunca le tocó arbitrar un hecho tan violento que involucrase a mujeres en horario de clases, e invita a opinar a los alumnos. Los dos consideran que a las agresoras hay que echarlas sin contemplaciones, y respaldan su convicción con detalles que saben sobre la conducta de las chicas. La psicopedagoga interrumpe para recordarles que ellos —en tanto alumnos, en tanto adolescentes— viven quejándose del autoritarismo de los adultos, pero está visto que puestos a juzgar son tanto más autoritarios e intolerantes.
La profesora de Lengua levanta un poco su diminuta voz para decir que las conoce bien porque las tuvo en octavo todo el año pasado y lo que va de éste, y que si bien Gómez, por ejemplo, suele causar problemas, la situación merece y debe contemplarse de un modo más abarcativo, teniendo en cuenta las circunstancias socio-familiares, la edad de las protagonistas, y siempre desde la posición de personas que han cometido, cometen y cometerán errores.
La profesora de Geografía, voz de fumar viruta, recuerda exasperada que ni la señora de Gómez ni la alumna Squilacce mostraron signos de arrepentimiento ni parecen comprender la gravedad de la situación.
Las voces se superponen argumentando a favor y en contra de las dos posiciones instaladas: echarlas sin más, o no echarlas y decidir una sanción.

                                                           
8
Media hora después del comienzo de la clase Débora pide y obtiene permiso para ir al baño. Un vaho rancio de orina la recibe al entrar. Descarta tres inodoros por mugrientos. Encuentra uno en condiciones aceptables y descarga la vejiga repleta. Cuando sale del cubículo, Betiana y Dalila están ahí.
—Puta de mierda y la concha de tu madre —dice Betiana, y le estampa una cachetada que reverbera en el recinto vacío. Dalila se abalanza, la tumba y se tira encima. Débora se contorsiona intentando zafar. Betiana revienta una y otra vez la punta de sus reebok en huesos, músculos y cavidades hasta que no ofrece resistencia y el cuerpo parece una bolsa desparramada en el piso lleno de barro y aguas sospechosas.
Dolida y dolorida, Débora supone que la tunda ha terminado y se levanta. Llorando, pregunta por qué.
—Por puta —dice Betiana y descarga el puño cerrado sobre la oreja derecha.
—Por puta —repite Dalila y la empuja hacia atrás con las dos manos.
Débora cae. La cabeza pega contra el canto de uno de los muros que separan los cubículos.
Betiana y Dalila ven las baldosas mancharse de rojo. Vuelven corriendo a la cancha de vóley. Avisan que Débora se cayó. Aprovechan la confusión para irse de la clase.

                                                            
9
La discusión recrudece. La rectora explica que con las nuevas disposiciones provinciales es muy difícil para las escuelas expulsar alumnos, que se necesita un aval superior que tiende a no avalar; y que en caso de prosperar la expulsión se extendería a todo el sistema educativo, no sólo a esa escuela en particular. Algunos piensan que es un castigo demasiado severo, otros que la conducta lo amerita, y otra vez parece que nunca va a salir algo concreto de esa reunión.
Media hora más tarde florece un principio de acuerdo, inesperado como el amor.
Se resuelve citar a los padres de las alumnas Gómez y Squilacce para prevenirlos sobre los alcances de la expulsión, invitarlos a reflexionar con sus hijas acerca de lo sucedido, y notificarlos de la aplicación de un número ejemplificador de amonestaciones.
Sobre veinticinco posibles, veinticuatro y media.





y este muchacho rjd2, que va y viene del futuro.



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