viernes, 25 de octubre de 2013

Hombre en la encrucijada mirando con esperanza y grandes miras la elección de un nuevo y mejor futuro







Hace unas semanas traté de resumir el largo y sinuoso camino que desemboca en un libro. Un libro infame, pero mucho más estúpido.
Revisé otros libros, artículos, googleé algunos datos que me faltaban. Omití cosas que me parecieron secundarias, intenté ser conciso. Perdí un tiempo que podría haber usado para algo más interesante como mirar crucero del norte / almte brown o la pelea de moria con la hija o el moco de cabandié.
Todo por el gusto de bardear a mi estimado Floripondio. Así de bicharraca es el ego.
Pero, como dice mi vecina: la vida como te da te quita. Y mi vecina del otro lado: una de cal y una de arena.
Me encontré en la calle con el espíritu más colateral que conozco de cuerpo presente. Como casi siempre, el cuerpo que acarreaba ese espíritu era el del benemérito Pericles Furch.
Hablamos un rato en la vereda (av. Ramírez), delante de uno de esos murales del viejo programa municipal “todas las manos”. En un momento Pericles se quedó en silencio mirando el mural, y después dijo es una lástima, cómo se está descascarando.
Respondí a la altura de mi ignorancia: tampoco es Diego Rivera. Obvia sinapsis mural flechita muralista flechita Rivera.
Se quedó mirándome, tan bizco tras los lentes. La cara una juguetería. Rivera era un forro, un buzón de los yanquis.
Y empezó con esas historias que si no lo parás puede estar horas predicando bajo el rayo del mediodía.
Quedamos en juntarnos a la noche. La cosa no fue gratis. Costó un par de pollos con papas, una botella de llave, un tres litros de grido.
Anoté fechas, nombres, algún verbo. Todo unido con flechitas. Olvidé detalles of course. No corroboré nada, ni tendría por qué.
Lectores de esta ventanita al ojete del universo, Diego Rivera versión Pericles Furch.


Después nacer y crecer bastante y estudiar pintura y yirar un poco por el mundo garchándose lo que se le ponía adelante (sic Furch), Diego María de la Concepción Juan Napomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, alias Diego Rivera, regresa a México.
Apoya nominalmente la revolución (Siqueiros por ej fue oficial, se cargo a varios federales, Orozco también), se posiciona como referente cultural y se hace un lugar entre los fundadores del Partido Comunista Mexicano.
Sin perder la sana costumbre de ejercitar el miembro, durante la década del 20 se aboca a establecer contactos con el poder de su país, con el noble objetivo de financiar su necesidad de pintar sobre grandes superficies. Con generosas comandas de un gobierno que no es ciertamente comunista, comienza a hacerse conocido y medianamente rico.
Mientras tanto en ciudad gótica la casa blanca da los primeros pasos en materia de expansión cultural organizada. Empiezan por el patio. El cicuito es CIA flechita museos fundaciones flechita artistas latinoamericanos. Por el circuito corren dólares, premios, homenajes, publicidad.
Por esos días de 1930 Diego decide salir del cabotaje. Acepta (12.000 dólares, ahora habría que multiplicar por 10 o más) pintar un mural en la embajada de ee uu. Al año siguiente le encargan otro, mejor pago, en la bolsa de comercio de San Francisco.
Ese mismo año el MoMA organiza la segunda exposición de su historia dedicada a un solo artista. El elegido es Rivera. El primero había sido Matisse, lo que en términos artísticos es una inmensa desproporción (sic furch).
Durante esa exposición el comunista Rivera y la trotskista Khalo se hacen amigos de Abby Rockefeller y de su hijo Nelson y de otros príncipes del mundo. A Sigmund Firestone, el magnate de las gomas, le regalan varios cuadros y lo llaman our dear friend.
Completamente chupado por el alcohol y los dolarucos, Rivera pinta los frescos del patio del Detroit Institute of Art, dirigido por un vástago del arquetipo, Edsel Ford. 1932, momento complicado, plena crisis. Días antes, en la represión de una huelga, habían muerto 4 obreros. Rivera mudo pinta lo suyo, donde ingenieros y empresarios aparecen como héroes del futuro. Edsel lo lleva a conocer la fábrica de su padre. Rivera declara que don Ford “no tiene ninguna de las características del capitalista explotador”; y que la fábrica es “tan hermosa como las primeras esculturas mayas o aztecas”.
La apoteosis de la defección llega un año después, con una serie de murales en el Rockefeller Center, en plena construcción. Diego trabaja, por supuesto cobra, y titula: “Hombre en la encrucijada mirando con esperanza y grandes miras la elección de un nuevo y mejor futuro”.
Es como demasiado para el partido comunista, que tampoco son talibanes. Lo expulsan por traidor.
A Diego le viene bárbaro. Se pasa al trotskismo, se hace un poco más de autobombo.
Cuatro años más tarde, Nelson Rockefeller le compra La vendedora de frutas, primer cuadro latinoamericano que pasa el medio millón de dólares.
Llega la fama sólida, la guita grande, las retrospectivas, las itinerantes, las giras por las capitales del mundo. Siempre de la mano de oscuras fundaciones ligadas a la ambición imperial norteamericana.
Llega la viudez que todos sabemos. Siguen llegando las minas y finalmente lo mata un cáncer. Con perdón de las señoras, en el pene.


En el fondo era una historia más de oportunismo. Interesante por el personaje, también por lo paradigmática.
Pero claro, Pericles iba por otro costado. Le importaba tres garchas lo de la fama, la guita, lo jodido que había sido con sus mujeres y otra gente.
Su hipótesis es: ya desde esos tiempos estos hijos de puta deciden qué es lo que hay que ver —por omisión lo que no. Rivera es un buzón glorificado por la CIA para contrapesar y licuar la imagen de Orozco y Siqueiros, más complejos y profundos artísticamente, más testiculares en su compromiso —siqueiros pasaría 4 años preso por “disolución social”. Y es un precedente concreto de las formas de penetración cultural que se venían, música, cine, etc.
Rivera fetiche estético construye una idea de arte latinoamericano funcional al patrocinio. Que se declarase comunista, trotskista o leninista era perfecto. Demostraba lo abierta que era la política cultural en la tierra del progreso y del futuro.
Después cada uno ve y le gusta o no. Pero hay que saber que se trata de una doble imposición: pintor genio y pintor comunista. La de genio podemos discutirla, considerarla o descartarla. Comunista ni a garrotazos.


Hombre en la encrucujada etc etc etc




Inmensa Maki Nomiya, gigante Ysuharu Konishi. el encanto, el epigrama, la onda




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