Al lado del que come más
chorizos
Justo donde la Sierra Morena se funde con la llanura, sobre una curva del
Guadalquivir, se levanta el pueblo de Montoro. Por sus diez mil habitantes
figura en los mapas como ciudad, pero es un pueblo típico andaluz de casas
blancas y calles empinadas, rodeado de olivares.
En Montoro, el 30 de junio de 1931, nació Manuel Terrín Benavídes.
De padres pastores, estudió electrónica en la vecina ciudad de Córdoba y se
empleó en el Ejército del Aire, la división aeronáutica del ejército español.
Se casó, tuvo dos hijos, se jubiló, tuvo nietos, etc.
Su vida podría haber sido una más, una de tantas, si no fuera porque cerca
de los treinta años comenzó a interesarse por la poesía. El interés no se
concentraba solamente en el goce estético, sino también en los aspectos
técnicos del artificio que produce el goce estético. Estudió el bachillerato en
literatura y se puso a escribir. Y a participar en concursos literarios.
Aún así Manuel Terrín Benavídes podría haber sido uno de tantos, uno más de
un universo más acotado.
Lo que lo hace singular es que hasta enero de 2013 llevaba ganados 1814
concursos literarios, unos 1400 de poesía y el resto de cuento corto. No es
descabellado suponer que a la fecha haya reunido algunos premios más, quién
sabe algunas decenas.
Empezó a participar en certámenes antes de cumplir cuarenta años. Desde
entonces ha venido arrasando a un ritmo que fluctúa entre 14 premios el año que
menos ganó, y un record de 81 en 2008. Aunque esta cifra parezca exagerada
(aunque realmente lo sea) debe tenerse en cuenta que si bien no hay un registro
fiel, se calcula que se organizan anualmente unos 30.000 concursos en España y
Latinoamérica.
Las paredes y estanterías de su casa en Albacete están atestadas de
estatuillas, trofeos, medallas, plaquetas, diplomas. Dice que ha ganado
concursos donde el premio era un papel firmado por profesoras de secundario, y
una vez uno con una dote de 50.000 euros.
Terrín prefiere los poemas a los cuentos, las métricas duras al verso libre.
Escribe en una vieja Hispano Olivetti, no tiene computadora, y un grupo de
amigos se dedica a buscar e imprimirle bases. Gracias a los concursos que
premian con edición lleva publicados 24 libros de poesía y 6 de cuento corto.
Algunos títulos: El alba de los cisnes, Sonetos, Balada bajo
la lluvia, Al caer la tarde, Crónica peregrinante, Derrotada ternura.
El hecho de que semejante currículum no lo haya instalado como un referente
de la poesía española pone en tela de juicio el criterio y el valor artístico
de los concursos literarios. Por otra parte la compulsión de concursar y la
facilidad para ganar le han acarreado críticas (tecnicismo vacuo, trivialidad
ornamentada) y acusaciones, sobre todo de autoplagio (cambiar un par de
palabras para competir varias veces con el mismo texto). Incluso un grupo de
escritores que obtuvieron premios secundarios han constituido la ADT, Asociación Damnificados por Terrín, que
se dedica a perseguir al susodicho judicialmente y a menospreciar sus méritos
literarios.
Por supuesto a don Manuel le importa tres sorongos. Va a todas las
premiaciones que puede, donde en general es tratado como una eminencia. Por
supuesto es la antítesis del escritor torturado, maldito y malediciente. Tiene
una vida perfectamente burguesa y organizada, y una disciplina de trabajo
inquebrantable, que incluye creación, impresión y envío, siempre postal. Además
cada año embolsa unos veinticinco mil euros en premios, que según dice son una
ayuda para costear gastos médicos de un hijo inválido.
Respecto de su lugar en la historia de la literatura la actitud es algo
confusa. Por un lado dice estar orgulloso de que a una calle de Montoro le
hayan puesto su nombre, y que espera llegar con salud a los 2000 premios. Por
otro lado dice que no concursa para lograr ningún record y que detestaría aparecer
en el guinness, por ejemplo, “al lado del que come más chorizos”.
bueno un
tip para resistir el invierno. me lo pasó maru botana