Un cuarto en dos mitades
Después de media mañana entre policías me dolía la cabeza como en un ataque
de hígado. Todo por el mugroso papel que certifica que soy un ciudadano de
buena conducta.
De vuelta pasé por No Problem a
saludar por fin de año.
Raro, Simón estaba sin su eterna gorra de visera plana, doblando remeras.
Raro, escuchando a todo gas Hellow Nasty
de los Beastie Boys.
Le pregunté cómo andaba.
—Bien. Medio mal mambeado.
Lo miré torcido y se puso a explicarme.
Había ido el día anterior a Seguí, en moto, a la colación del secundario de
una prima. Y había tenido una serie de complicaciones.
Primero pasó de largo la entrada al pueblo sobre la ruta. Se dio cuenta
cuando estaba llegando a Viale, pero en vez de volver por la 18 había
retrocedido por caminos internos y se había “enterrado hasta las bolas” en el
barro de la última lluvia.
Había llegado embarrado a la colación, al pueblo de sus parientes donde ya
lo tenían de vago, según él por la ropa y las rastas y capaz también por el
olor a faso.
Entró un flaco y preguntó por turbinas.
Simón le mostró varias, muchas, incluso una con filtro de esponja marina
que le daba un efecto “vaporizador”. El flaco dijo que era de Uruguay y que
allá no se conseguían. Le pregunté por lo del faso del gobierno. No sabía nada.
Estaba desde febrero en Paraná, ahora volvía para las fiestas y le llevaba la
turbina de regalo a un amigo. Se notaba que estaba orgulloso.
Simón preparó mate y siguió con el relato de su mal mambo.
La colación había estado buena —sobre todo por las compañeras de la prima—
y después habían ido a comer pizzas a la chacra de una tal Marianela. Habían
tomado mucho tequila y vodka y ácidos hofmann. Simón había cortado un cuarto en
dos mitades y se había puesto una en cada ojo. Así —dijo— le pegaba más rápido.
Pero los ojos le habían empezado a arder mal y después a lagrimear, y había
pintado un viaje paranoico. De no soportar a nadie. Ni a él mismo.
—No era ácido, era sal de anfetas —dijo el uruguayo —te la venden como
ácido pero nada que ver.
A Simón le interesó saber la diferencia. El flaco ya había pagado y
guardado su turbina (una chiquita de acero color verde) en la mochila. Explicó
que las sales eran un compuesto anfetamínico muy potente y que había varias,
todas terminadas en ato (sulfato, tartrato,
fosfato).
—Son las bombitas, los pinipones, esas pepas de mierda que te aceleran mal.
Simón dijo que por eso estaba sin dormir y no tenía nada de sueño. Se armó
la típica conversación acerca de que nadie sabe la mierda que está comprando
porque no hay controles, y que no hay controles porque no se legaliza, etc.
Después de perderse entre los árboles de la chacra se le había metido en la
cabeza que en las ramas estaban llenas de víboras y arañas (tópicos típicos del
estado paranoide), y le había agarrado una sed urgente de alcohol.
No sabe cuánto tiempo había dado vueltas tratando de volver a la fiesta.
Supone un altercado con un alambre de púas; se levantó la remera y estaban los
pinchazos. Recuerda el rostro de un toro, pero no puede asegurar que haya
existido realmente.
El uruguayo asentía con cara de estudiante de ingeniería preocupado. Era
flaco, alto, peinado con raya al costado y ropa “normal”. De esos fumadores
post despenalización, que los ves por la calle y lo que menos te imaginás es
que fuman. Cuando se fue, Simón terminó de relatar su amable velada.
En un momento, sin saber cómo, había vuelto a la casa de la chacra, y no
encontraba su mochila para volver a Paraná.
—Fue el destino —dijo —como estaba no iba a llegar ni a la ruta.
Hasta ahora (nadie conectado para preguntar) ni noticias de la mochila.
—Todos fisurados, los pendejos.
En la mochila tenía las llaves de la moto y de la casa de la madre, el
teléfono, la billetera con documentos, un buzo, papeles del negocio, picador, papel
de armar y una piedra de faso prensado —lo que más lamenta.
Al amanecer había empezado a bajar un poco. Cerca de las nueve lo habían traído
en auto hasta el negocio.
Ahora estaba perfecto, dijo, capaz que sí, un poco acelerado.
Matías entró, saludó y se desparramó en un puff del negocio.
Simón le pidió que cerrara bien la puerta por el aire acondicionado. Matías
se levantó puteando, cerró y volvió a desparramarse.
Abrió su morral de hilos de colores, metió una mano adentro y estuvo así
colgado unos minutos, como buscando algo.
Mientras ponía a calentar otro termo de agua le pregunté dónde iba a pasar
el 31.
Iba a comer con la madre, después de las doce pasaba por lo del padre, y después
se juntaban en lo de una amiga que tenía pileta.
Matías venía a invitar a Simón (ya que estaba a mí también) a una jornada
de conferencias que organizaba el Club Cannábico de Rosario, el sábado 5 de
enero. Conferencias sobre cultivo indoor/outdoor,
genética, bancos de semillas, elaboración de hachís, aspectos legales y otras
que no se acordaba. La acreditación (sic) costaba 50 pesos, y daba acceso a
todas las conferencias y rondas de degustación de diferentes variedades.
También comentó que estaba pensando en armar un club de cultivo. Enumeró
ventajas y desventajas del indoor y
el outdoor, rendimientos, rotación de
plantas, formas de sostener el emprendimiento y repartir sus frutos —flores.
Sacó un cuaderno de la mochila y nos mostró dibujos que había hecho de armarios
para indoor. También cálculos de
costos y teléfonos de los lugares donde había averiguado precios.
Le pregunté si pensaba plantar semillas de banco o cualquiera. Dijo que a
él lo de los bancos le parecía un curro de los holandeses, y que tenía amigos
que habían sacado plantas de impresionante rendimiento, resistencia y psicoactividad
cruzando hembras y machos de distintos prensados paraguayos.
Cuando entró el artesano y desparramó una mochila de pipas hechas con
caracoles sobre el mostrador, yo sentí que ya era demasiado para un jueves a
las once de la mañana.
Saludé a los tres, les deseé las cosas que se desean en fin de año y salí de
No Problem intoxicado de falopa
verbal.
Respiré hondo el aire caliente de la calle. Doblé por Belgrano, compré
facturas en Los Tres Indios, volví a
casa a tomar mate con Vanina y avanzar con unas desgrabaciones bastante
tediosas que tenía que entregar con cierta urgencia.
Bueno,
obvio.
5 comentarios:
¿Cómo puede ser que en cincuenta y dos años no haya tenido nunca, nunca, NUNCA, ni remotamente una conversación ni siquiera aproximada a esta que contás. Los mundos dentro del mundo. Maravilla. Lo mejor es que empieza a hablar el de cara de estudiante de ingeniería y se acolpa a la conversación como si fuera de lo más normal. Yo hubiera tenido que empezar por descifrar qué era lo que Simon se puso en los ojos, ¿me salteé acaso una parte de la conversación en la que hablaron de rodajas de pepinos o de una almohadita de lavandas?, habría sido mi pensamiento. Inés g.
las carmelitas descalzas never ever, under no circunstances, pueden haber sostenido una conversación remotamente aproximada. menos que menos sobre pepinos cortados en rodajas
Claro. Ahora anda a ponerle anfetas en los ojos a una carmelita y agarrate Catalina (o Carmela)
Ni puta idea del porqué, pero volvió a mi nariz el aroma de un pasto limón que debí oler hace puffff! y lo escribo con nostalgia.
La total normalidad radica en la sociabilidad cannábica, es (s)así.
Fernet arriba, happy new year EBP!!
Estamos en la lona, qué triste, qué desesperanza, Elio.
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